Y una vez que los lobos tuvieron controlada la situación, el Gran Lobo se dirigió a sus secuaces y les dijo: “Reunid los rebaños”.
Los lobos secuaces juntaron los rebaños en la gran explanada. Estaban emocionados, el Gran Lobo iba a dirigirse a todos. Mientras caminaba hacia la tribuna, iba gustándose. Habló con locuacidad: “…Dicen que vamos a hacer esto, pero esto no lo vamos a hacer, porque es malo”.
Los rebaños saltaron, balaron y repitieron al unísono las palabras del Gran Lobo: “Esto no lo vamos a hacer porque es malo. No lo vamos a hacer porque es malo. No lo vamos a hacer, no lo vamos a hacer. Es malo, es malo”. No cuestionaron ni una sola palabra.
Una semana después al Gran Lobo le interesó hacer lo contrario de lo que dijo que iba a hacer la semana anterior, se dirigió a sus secuaces y les dijo: “He cambiado de opinión, reunid los rebaños”.
Los lobos secuaces juntaron los rebaños en la gran explanada. Estaban emocionados, el Gran Lobo iba a dirigirse a ellos, de nuevo. Mientras caminaba hacia la tribuna, iba gustándose. Habló con la misma locuacidad de siempre: “…Hace una semana os dije que no lo íbamos a hacer, pero ahora os digo que sí lo vamos a hacer, porque es bueno”.
Los rebaños saltaron, balaron y repitieron al unísono las palabras del Gran Lobo: “Ahora sí lo vamos a hacer porque es bueno. Sí lo vamos a hacer, si lo vamos a hacer. Es bueno, es bueno”. No cuestionaron ni una sola palabra.
Transcurrieron los años. Todo cuanto había dicho el Gran Lobo durante esos años se había repetido hasta el hartazgo y se había ejecutado según sus órdenes. Durante esos años, los lobos, acabaron con toda oposición. Ya no quedaba nada fuera de su control. Solo quedaban los rebaños y los lobos. Entonces, uno de sus secuaces le preguntó al Gran Lobo: “Oh, Gran Lobo, ¿qué haremos a partir de ahora?” El Gran Lobo se levantó y se lució, gustándose ante el resto, todos le miraban desde abajo, con sus colas escondidas y las orejas hacia atrás. Entonces se acercó hacia el lobo que le había hecho la pregunta y con un movimiento inesperado y rápido se abalanzó sobre él y lo mató. El resto, no se atrevió a decir nada, tan solo se agachó, aún más, hasta rozar el suelo con su hocico. Tras despedazarle, volvió a su sitio y se sentó mirando a todos con autoridad y les habló serenamente: “Si alguno de vosotros vuelve a hacerme una pregunta, tendrá el mismo destino que ese miserable. Solo tenéis que obedecerme, pero contestando a su última pregunta, no quiero que os quedéis con la duda. Desde hoy, ya solo tendremos que preocuparnos de una sola cosa: comernos, día tras día, a nuestros borregos, nadie nos molestará más”.
Nunca intentes cambiar la naturaleza de los lobos ni pretendas que los borregos tengan voluntad.
José Luis Águeda
Editor
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